Chiloé
es un misterio desde muchos puntos de vista. Esconde una
“primordialidad” que nunca podrá ser comprendida en
forma íntegra.
Por ejemplo, casi nada sabemos de los indígenas que poblaron el
archipiélago a la llegada de los españoles (veliche
y chono;
en especial estos últimos que tenían su propio idioma, distinto a
los de las ramas mapuche),
pero según cierta línea de pensamiento que insinuamos en nuestro
ensayo anterior,
es factible que haya
habido
otros pueblos para cuales Chiloé fue uno de sus centros, como
los chilingas.
La rica mitología chilota y la presencia de una organización
brujeril como la “Recta Provincia” son aspectos que realzan la
peculiaridad mágica del archipiélago. No por nada el cacique
chilote Carlos Lincomán enunció de
forma categórica
y memorable: Porque
aquí (en Chiloé) estaba el poder espiritual del mundo1.
El
camino hacia el Sur, al
Centro Blanco, morada de los gigantes, está marcado por hitos, como
son entre otros los mencionados Chaitén, Chiloé, Isla
Mocha
y Melimoyu, polos
que ayudarán
al practicante en su camino,
toda vez que otorgan si se le sabe aprovechar una vivencia
inolvidable
y
energías tremendas que sólo hay en esta parte del globo. Son
espacios de un peregrinaje esotérico conducente
al Oro
Alquímico (producto del enfrentamiento de azufre y mercurio, tierra
y agua, Threng
Threng
y Cai
Cai),
como lo sería también pero desde una geografía imaginal la mítica
Ciudad de los Césares, a la cual únicamente
entran quienes superaron el trazado visible, para internarse en el
plano menos "sólido" de la realidad.
(Del libro "Magia Austral. Un
acercamiento desde la antropología a las
cosmologías súricas". Vol I. Sergio Fritz)
NOTA:
1 CÁRDENAS
A., Renato;
MONTIEL, Dante; y
HALL,
Catherine. Los
chono y los veliche de Chiloé. Ediciones
Olimpho, Santiago, 1991. p. 229.
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