El
Archipiélago de Chiloé, al sur de Chile, es un pequeño mundo poblado de
mitos y leyendas, donde se hizo famosa una sociedad de brujos que
fueron enjuiciados en 1880.
Fue
un proceso que representó la persecución del Estado y de la Iglesia a
cierto tipo de saberes y poderes que aún perduran en la isla. Los
conocimientos y las creencias ancestrales de las distintas culturas
originarias chilotas, principalmente la mapuche-huiliche, son la base de
acción de un equipo de profesionales de la salud, que trabajan para que
las comunidades recuperen sus saberes y su autonomía en salud. Una
vuelta por el Chiloé profundo.
Un
viernes de diciembre de 2009, el médico Jaime Ibacache Burgos recibió a
un argentino que había llegado a la isla de Chiloé siguiendo una vieja
historia de brujos. El Archipiélago de Chiloé es como un pequeño
continente anexado al territorio chileno, al sur de Puerto Montt, donde
existió la única organización oficial de brujos de la que haya registro
en Occidente. La isla se ha convertido hace años en un destino turístico
del tipo alternativo: es un mundo insular dotado de una belleza
antigua, distinta, poblado de construcciones de madera y de leyendas que
se alimentan del espíritu del mar y de las culturas ancestrales que lo
habitan.
Jaime
Ibacache tiene poco más de 50 años, un rostro que reúne rasgos
indígenas y ojos claros, pelo largo, zapatillas. En el sur argentino
había conocido veteranos ecologistas que se definían a sí mismos como
“hippuches”; Ibacache podía ser uno de ellos: mitad hippie, mitad
mapuche. A partir de su trabajo en la Unidad de Salud Colectiva, el
médico chileno había filmado y subido a Internet una serie de cortos en
los que rescataba tradiciones arraigadas en la población rural chilota,
síndromes culturales, prácticas y creencias. En uno de los videos
titulado “Cacho de camahueto”, una kinesióloga –colega de Ibacache–, se
hacía tratar un esguince con el raspado de cacho de camahueto. Un cacho
es un cuerno. El camahueto es un animal mitológico típico de Chiloé:
algunos lo describen como un ternero de pocos meses y otros como un
elefante de mar; una especie de unicornio que posee una fuerza
descomunal y un cuerno con poderes mágicos. Pertenece al mundo de las
aguas.
“Hay
ciertos grupos dentro de la población originaria que son capaces de
cazar este ser, y le cortan el cacho. Ese cacho sirve para hacer el bien
o el mal. No me gustan mucho las palabras bien o mal, porque son
palabras judeocristianas. Es otra cultura. Con el raspado del cacho de
camahueto la gente se mejora de las fracturas, de los esguinces. Se
puede tomar, tiene varias propiedades, pero si le das demasiado a una
persona, se encamahueta y se vuelve loca por 40 años”, le explicó
Ibacache. Eso, le dijo, ya estaba escrito “en el proceso que se hizo a
los brujos de Chiloé en 1880. Uno de los acusados de brujería dice que
le compró el cacho de camahueto a otro por tantos centavos. Fíjate:
1880”. Unos meses atrás, año 2009, Ibacache había filmado a una mujer
que todavía usaba el cacho de camahueto para tratar pacientes en un
islote de los que rodean la Isla grande de Chiloé, y a otra señora más
que hacía trabajos con el cuerno en las afueras de Castro, capital del
Archipiélago.
Este
último caso, el de la señora Purísima, fascinaba al médico porque
condensaba dos fuerzas poderosas de la realidad chilota, dos mundos que
convivían en una misma casa. Mientras doña Purísima seguía manteniendo
una práctica cultural que ya atravesaba varios siglos, y que había
resistido la colonización española, su hija se había entrenado para ser
mujer buzo, y trabajaba entonces para las empresas salmoneras instaladas
en la isla, emblemáticas de un modelo de desarrollo asociado a la
concentración económica, a la pérdida de diversidad, a la exclusión.
“Hay muchas Chiloé dentro de la misma isla”, le dijo el médico esa
tarde. Era un viernes luminoso, uno de los primeros días de sol de
diciembre, y en la oficina de la Unidad de Salud Colectiva ya no quedaba
nadie. Desde la ventana se podía ver la plaza central de Castro, el
centro salpicado de farmacias, la iglesia principal de la ciudad, una de
las 16 que habían sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por su
arquitectura única. Antes que atardeciera, Ibacache se ofreció a llevar
al argentino a ver ciertos rincones de la “Chiloé profunda”, esa isla
que permanecía oculta a la “Chiloé superficial”, a la polución turística
y al modelo de desarrollo de las salmoneras: una isla compleja y
multicultural donde se cruzan las tradiciones indígenas, las raíces de
los mapuche-huiliche y de los chonos, la herencia cruzada de los yámana y
de los kauashkar. Una isla donde los sanadores tradicionales
sobrevivían al prejuicio, y donde aquello que desde afuera podía ser
visto como mito, como creencia primitiva, allí formaba parte de una
forma de ver el mundo en la que las energías son capaces de curar y de
enfermar.
Entonces
no lo sabía: había llegado a la isla buscando mitos y leyendas,
siguiendo una antigua historia de brujos, y en cierta medida había dado
con uno de ellos.
Inquisiciones
Cuando los españoles llegaron a Chiloé, los pueblos originarios que
habitaban el Archipiélago adoptaron el catolicismo, pero nunca dejaron
completamente de lado sus ritos, aunque muchos mantuvieron en secreto
sus conocimientos sobre el uso de las plantas medicinales por miedo a
ser acusados de brujería. La comprensión de la salud y de la enfermedad,
en la isla, estaban determinadas por raíces y saberes ancestrales que
cuestionaba el poder –simbólico y real– de los conquistadores. La
ignorancia y la intolerancia religiosa se convirtieron en condena: todas
esas prácticas ahora eran obra del demonio. En abril de 1880, la
intendencia de Ancud (hoy la segunda ciudad más importante de Chiloé), a
cargo de Luis Martiniano Rodríguez, emitió una circular ordenando el
arresto de todos los individuos reputados como “hechiceros o brujos”:
las cárceles se llenaron velozmente, y comenzó un largo proceso judicial
conocido hasta hoy como “el proceso a los brujos de Chiloé”.
“Existe
en Chiloé, desde época muy remota, una asociación de brujos llamada por
los habitantes del Archipiélago ‘Médicos de la tierra’, y entre ellas
es titulada con el nombre de ‘La Recta Provincia’”, describió entonces
Ramón Espech, un hombre que se había dedicado a los más diversos cargos
públicos y actividades en Chile, y que sacó copias de las declaraciones
más importantes del proceso para enviarlas a Benjamín Vicuña Mackenna,
político e historiador chileno. “Esta institución llegó a hacerse
temible no sólo para los indígenas, que fue entre los que tuvo origen,
sino también para la gente ilustrada y hasta para las autoridades.
Adquirió tal poder que un brujo era entre los chilotes más respetado que
los gobernadores y hasta que los curas mismos. Cuando a un cura se lo
interpelaba sobre la existencia y poder de los brujos, contestaba con
cierta sonrisa de duda: ‘no hay brujos; pero cuidarse de ellos’”.
Según
la mitología, el origen de la Recta Provincia se remontaba a una
competencia de magia en épocas de dominación española. La leyenda cuenta
que José Moraleda –que realmente existió–, visitó Chiloé en su buque, y
desafió el poder de una machi (especialista en medicina de la población
indígena) llamada Chillpila. Entre las varias demostraciones que se
hicieron mutuamente, Chillpila le juró al español que podía dejar en
seco a su buque en el mismo lugar donde estaba anclado, y así lo hizo.
“Moraleda con esto se dio por vencido, y en señal de reconocimiento
regaló a la Chillpila un libro de hechicerías para que enseñara a los
demás indígenas (…) La Chillpila llevó el libro a Quicaví para que
aprendieran los indígenas y de ahí se organizaron las asociaciones en
las que ahora figura el declarante”, relata un fragmento de la
declaración de Mateo Coñuecar, un agricultor de 70 años que compareció
ante el juez de Ancud el 26 de marzo de 1880.
Un
sábado por la tarde, en un rincón de playa de Castro, mientras las
miradas de este cronista, de Jaime Ibacache y de su amigo Wilki –nombre
que en lengua mapuche significa zorzal– se pierde en las costas
orientales de Chiloé, el Wilki relata a pedido del médico la misma
historia que funciona como mito originario de la sociedad de los brujos.
La competencia de magia entre una machi y un español, el desafío de la
machi, la prueba de su poder: dejar en seco el buque en el mismo lugar
donde estaba anclado. Es una historia que acostumbran a contar para dar
clases a alumnos de Ciencias Sociales y de la Salud en distintas
universidades, o bien cuando alguna comunidad los invita a hacer
talleres sobre Salud Colectiva, explica Ibacache. Las mareas en Chiloé
son muy altas y de ciclos rápidos, lo suficiente como para que un barco
pueda quedar en seco y ponerse a flote en cuestión de horas. Allí
radicaba el poder de la Machi: en el conocimiento profundo del mundo que
la rodeaba.
Durante
el “proceso a los brujos de Chiloé” se llevaron a juicio a decenas de
personas que declaraban o eran acusadas de pertenecer a la llamada Recta
Provincia, que trabajaba por encargo para curar o dañar a otras
personas, y administraba Justicia. Muchos de esos “brujos” fueron
encarcelados, acusados de participar en asesinatos y otros delitos,
aunque debieron ser liberados porque no se pudieron hallar pruebas
materiales de los hechos, ni se pudo demostrar que por pertenecer a una
organización de brujos estaban cometiendo un delito. “Hasta 1880, igual
que la Araucanía, igual que el sur de Argentina, Chiloé estaba todavía
entre los territorios no anexados”, señala Ibacache. “Así como en
Argentina aparece la Conquista del Desierto, como si allí no hubiera
existido nadie, acá se da el proceso a los brujos. Todo esto formaba
parte de una estrategia evidente de los Estados. Y acá, además, también
estaba en juego toda la cuestión religiosa”.
Sobre
las creencias chilotas se han publicado miles de libros, explica el
médico, libros que cuentan la historia “como fábula, como cuento, como
leyenda. Esta cosa de ‘Chiloé, territorio de brujos’. Un autor de
Castro, dice, “plantea de que el mito se reinventa, que la leyenda se
reinventa, porque si no se muere. Por eso es que tú puedes encontrar
diferentes versiones de cada uno, según la zona, según la cultura que
haya de fondo”. La creencia en los brujos sigue arraigada hasta la
actualidad en Chiloé, aunque por lo general se utiliza para calificar a
quienes tienen conocimientos sobre la medicina natural o creencias en la
magia, y también para dañar la reputación de algunas personas, sobre
todo si son pobres, indígenas o ancianos.
Lo que es es
La Unidad de Salud Colectiva pertenece al Servicio Salud Chiloé, que es
un organismo público, y está integrada por un médico –Jaime Ibacache–,
una antropóloga, una psicóloga, una asesora cultural huiliche y una
facilitadora comunitaria. El objetivo de la Unidad es construir
autonomía en salud para las comunidades, en contraste con un modo de
concebir la salud que te hace “dependiente. Dependiente de los
medicamentos, de los especialistas, dependiente del otro. No fortalece
nuestro sanador interno, que toda la gente lo tiene, y que este sistema
occidental de medicina cartesiano se lo ha expropiado a la persona, y
que es lo que se transmite a través de los medios de comunicación y a
través de las políticas de desarrollo. El negocio hoy en Chile es la
farmacia. Todo el mundo quiere consumir algo”.
Dispersa
por los rincones de Chile, dice Ibacache, existe “toda una red de
sanadores tradicionales que aún está vigente. Están ahí medios ocultos:
fueron perseguidos. Hoy en día, todavía, le gente te cuenta: ‘Si yo digo
que hago tratamiento me tratan de bruja’. Entonces el proceso a los
brujos sigue. Nosotros tratamos desde la unidad de fortalecer esos
saberes, de que trabajemos juntos. Yo puedo hablar de virus, de
bacterias, usar cierta terminología, pero el origen de la situación
habitualmente está en hechos de vida. La gente le encuentra la
explicación propia. Y esos hechos de vida tienen mucho que ver con la
leyenda, con la mitología, con los seres, con que no se respetan los
espacios del otro, con las envidias, con las corrientes de aire, con los
vientos. Es decir: hay una serie de elementos de la naturaleza que uno
no ha respetado en este mundo ‘moderno’ y que ha generado muchas de las
enfermedades que tenemos. Y sin embargo, la única propuesta que tenemos
como solución es: más especialistas, más medicamentos. No hay una mirada
desde la socioculturalidad del tema. Y en la socioculturalidad entran
los mitos y leyendas, y entran como causas clarísimas ya de
desequilibrio”.
La isla de los brujos
Articulo del Diario "la Capital" de Rosario, Argentina.Abril 2011
Publicado por Eliazer Budazoff...en su paso por el Chiloe Profundo
En
una recorrida por el Chiloé profundo, Jaime Ibacache detiene su
camioneta delante de la casa de la señora Purísima, a quién prometió
llevarle una filmación en la que aparecen como protagonista ella y su
hija. La señora Purísima recibe al médico y al cronista argentino y no
los deja ir sin que antes tomen unos vasos de chicha de manzana, y que
prueben unas prietas (morcillas) hechas con un cerdo que carnearon el
día anterior. Su hija, entretanto, pone el video en el DVD para ver las
imágenes en las que aparece. Ella es una mujer buzo que trabaja para las
salmoneras.
Durante
el camino de regreso, Ibacache cuenta cómo fue cuando llevó a su colega
kinesióloga a lo de la señora Purísima a hacerse tratar un esguince con
el raspado de cacho de Camahueto.
–¿Y funcionó– pregunta este cronista.
–Claro– responde el médico.
Después de unos minutos de silencio, la pregunta surge naturalmente, sin que se pueda contener.
–¿Y de dónde sacan el cacho?
–Del camahueto– responde Ibacache, y no dice más nada. Apenas sonríe, mientras en el Chiloé profundo atardece.
Eliezer Budazoff
FUENTE: http://saludcolectivachiloe.blogspot.com/2011/06/la-isla-de-los-brujos.html